Sintetizando mucho podríamos decir que el trabajo en Técnica Alexander nos ayuda a cultivar, entrenar, desarrollar… la percepción; a darnos más cuenta de cómo operamos, cómo nos movemos, si lo hacemos de forma armoniosa, bien coordinada, o si por el contrario lo hacemos de manera trabajosa, generando más tensión y esfuerzo de los necesarios. En términos “alexandrinos” percibir si habitualmente tenemos o no un buen “Uso”.
Contamos con que si detectamos exceso de esfuerzo, mala coordinación, lo natural es que deseemos mejorar, cambiar; y esa es la segunda cosa a la que la Técnica nos ayuda, a cambiar, a mejorar nuestro Uso.
Así pues, las dos aspiraciones en torno a las que gira todo el trabajo son esas: Conciencia y Cambio.
Cae por su propio peso que para abordar esta tarea la herramienta fundamental que necesitamos es el propio alumno. Su disponibilidad, su presencia, su atención. La otra herramienta es el profesor, la guía que puede ofrecernos, sobre todo con sus manos.
Se requiere la práctica de dos procesos que evidencian la conexión cuerpo-mente y que podemos considerar los dos pilares sobre los que se sustenta la tarea: La Inhibición y Las Direcciones.
Para cambiar un patrón de movimiento, un patrón de comportamiento, es indispensable como primer paso, ser capaz de, en presencia del estímulo que lo desencadena, detener la reacción habitual, la reacción automática, lo que no queremos. Eso es la inhibición.
Luego vendría el darle a nuestro organismo instrucciones relacionadas con el nuevo patrón que queremos establecer, decirle lo que queremos. Y eso son las direcciones.
En qué consisten
Lo más parecido a una definición lo encontramos en su libro “El Uso de Sí Mismo” en el que Alexander nos dice:
-Cuando utilizo las palabras “dirección” y “dirigir” con “uso” en frases como “dirección de mi uso” y “dirigí el uso” etc., quiero indicar el proceso que se produce al proyectar mensajes desde el cerebro a los mecanismos y al conducir la energía necesaria al uso de estos mecanismos.-
El cerebro está permanentemente mandando mensajes de todo tipo, conscientes e inconscientes, a los mecanismos; así que, convendría aclarar cuáles son esos a los que Alexander se refiere. No son mensajes relacionados con la ejecución de ninguna tarea en particular, son mensajes conscientes relacionados con el Uso que hacemos de nosotros mismos mientras ejecutamos cualquier tarea.
Sabemos que el principal factor organizador de nuestro Uso es la relación que se establece entre cabeza, cuello y tronco, determinada en buena medida por el estado de los paquetes musculares del cuello; se entiende pues, que las direcciones básicas sean, de acuerdo con las frases consagradas:
-Dejar el cuello libre. Soltar el cuello.
-Permitir que la cabeza ruede adelante y se aleje hacia arriba.
-De manera que el cuello se alargue, la espalda se alargue y se ensanche.
Cumpliendo con dos de las diferentes acepciones que tiene la palabra, aquí “dirección” aparece como instrucción y al mismo tiempo como sentido en el que se produce el movimiento. Aclaremos, pues, que están referidas a una persona colocada en posición vertical, erguida; si se cambia de plano se tienen que acomodar.
Hablo de direcciones básicas porque, luego, a la hora de seguir algunos procedimientos, se añaden más direcciones relacionadas con las extremidades:
-Rodillas que van adelante y hacia afuera.
-Codos que se alejan hacia afuera mientras las muñecas se dirigen hacia adentro.
Y podríamos continuar con algunas más.
Lo importante es tener muy claro que no se trata de realizar ningún movimiento, ninguna acción, no cabe ningún esfuerzo ni ningún tipo de contracción muscular.
Cuando estamos dirigiendo nos limitamos a “pensar” en ese estado ideal en el que nos gustaría que nuestro organismo se instalara, un estado marcado por la dinámica de expansión en el que las partes se alejan unas de otras. Esa es nuestra aspiración.
Es un pensamiento cargado de intención, de deseo, pero sólo un pensamiento, porque si hemos de conseguirlo, sabemos que será gracias a, no el esfuerzo y la contracción, sino al contrario, la distensión muscular, y es eso lo que tratamos de inducir.
Se trata de crear las condiciones desde las que, luego, cuando llegue la hora de actuar, lo hagamos con mayor eficacia. Las direcciones preceden a la acción y luego la acompañan.
Hay una secuencia, un orden que se debe respetar. Y en ese orden el primer mensaje va para el cuello, el segundo a la cabeza, y el tercero a la espalda, al tronco, y a partir de ahí continuar hasta donde necesitemos.
También recordar que los mensajes se van superponiendo, que cuando pongo la atención en lo que le estoy pidiendo a la cabeza no me olvido de seguir pidiéndole al cuello que se suelte, y luego estoy con la espalda pero sin olvidar la cabeza y el cuello.
Digamos que las direcciones se van sumando, nos las damos una detrás de otra y todas a la vez.
Hasta aquí direcciones relacionadas con nuestro Uso, con potenciar el mejor Uso posible.
En una segunda fase, manteniendo ese cuidado del Uso, podemos pasar a realizar alguna tarea, caminar o tocar el violín, y entonces a esas direcciones se sumarían los otros mensajes que el cerebro manda a los mecanismos para realizar esa acción particular. Y todo opera a un tiempo. El cerebro puede atender a bastantes cosas a la vez.
Es lo que el filósofo John Dewey denominó “Pensando en Actividad”.
Resuelto fácil y ágilmente en la realidad, en la práctica, y complicado de explicar con palabras.
¿Funciona?
Sí, si hacemos las cosas bien, pero el proceso es lento y laborioso. Descrito así, de manera desenvuelta, puede dar la falsa impresión de que todo es cuestión de repetir un par de veces las direcciones referidas al Uso, luego combinarlas con las referidas a la ejecución de una determinada acción, y con eso ya se resuelve el problema, se cambia el hábito, se cambia la forma como solíamos ejecutar esa acción.
Sabemos que no es así, y en “El Uso de Sí Mismo” queda constancia de la paciencia y minuciosidad que se requiere.
Nosotros contamos con la ayuda del profesor, algo con lo que Alexander, obviamente, no pudo contar. Y son muy importantes las manos del profesor a la hora de facilitar en el alumno la “experiencia” de soltar, de alargarse, de ensancharse, de expandirse.
Las direcciones no son más que palabras que tratan de evocar esa experiencia, de hacerla revivir. Para dotarlas de contenido, para llenarlas de sentido, es necesario que el alumno haya tenido la experiencia, que sepa, porque lo ha vivido en su carne, a qué es a lo que esas palabras se refieren. Y eso es responsabilidad del profesor que tiene que ingeniárselas y asegurarse de proveer al alumno de la experiencia. Curiosamente, lo que más va a ayudar, es que el propio profesor se dé direcciones a sí mismo mientras tiene sus manos colocadas encima del alumno, la información circula de sistema nervioso a sistema nervioso y se facilita la vivencia. Suena un poco funambulesco, pero es así.
Además, por supuesto, el alumno, cuando dirige, debe cargar esas palabras de intención, de energía. Serviría de muy poco repetir las palabras mecánicamente, en plan loro, mientras tengo la atención puesta en otra cosa. “…Conducir la energía necesaria al uso de esos mecanismos”.
Si se trabaja así, profesor y alumno en pos del mismo objetivo, el alumno dirigiendo y el profesor reforzando con sus manos esas mismas direcciones, la cosa funciona y cualquiera de nosotros podría dar fe de ello. Aunque sabemos del posible escepticismo que hace dudar de que sólo con el pensamiento se pueda llegar a incidir de alguna manera sobre nuestro organismo.
Por eso está bien que, más allá de lo que tú y yo podamos afirmar, se haga investigación, experimentos, proyectos piloto, y todo ese tipo de cosas que permiten dotar de un cierto respaldo “científico” al trabajo.
Como ejemplo quiero señalar los ensayos del profesor Malcolm Williamson para medir el efecto de las direcciones haciendo uso de la Resonancia Magnética. ([1])
Coloca a quien hace el papel de alumno dentro del scanner y al profesor lo suficiente cerca como para alcanzar con sus manos la zona de cuello y cabeza del alumno. Se le pide al alumno que, en períodos alternos, se dé direcciones o piense en otra cosa, y en el scanner quedan registrados los períodos en que “dirige” por el aumento de la actividad en las áreas motoras del cerebro así como en el tallo cerebral, la zona responsable de la coordinación postural.
Y lo curioso es que ocurre lo mismo cuando, en otro experimento, es el profesor el que “dirige” mientras sus manos contactan con el alumno.
Queda objetivamente demostrado que el alumno, con sus pensamientos, está incidiendo en determinadas zonas de su cerebro; y que el profesor, cuando dirige mientras le tiene las manos colocadas, está teniendo acceso al tallo cerebral del alumno, la zona responsable de la coordinación postural.
No es más que un puntito de luz en el insondable misterio de lo que son las relaciones entre cerebro y mente, mente y cuerpo, cerebro y conciencia, y todas esas cosas acerca de las que, el ser humano, lleva siglos haciéndose preguntas.
Los adelantos tecnológicos facilitan el avance de la Neurociencia, enfrentada al enorme desafío de ir desentrañando algunas respuestas.
Nuestro pequeño puntito de luz nos permite albergar esperanzas, y saludar modestamente el hecho de haber elegido un camino que parece no estar del todo equivocado.
Pepe Castillo Agosto 2021
[1] www.performancescience.org Conferences ISPS 2007