La Técnica Alexander y el equilibrio

 

LA TÉCNICA ALEXANDER Y EL EQUILIBRIO

El equilibrio es un tema central y estrechamente vinculado al trabajo que hacemos en Técnica Alexander. Casi me atrevería a decir, sin mucho miedo a equivocarme, que en definitiva, para lo que sirve la Técnica Alexander es para potenciar y mejorar el funcionamiento de los mecanismos del equilibrio.

El término “equilibrio” goza de una amplia utilización en diferentes áreas del conocimiento y las definiciones que podemos encontrar del mismo pueden ser variadas. Por acotar el terreno, nos vamos a quedar con la física, en concreto con la mecánica, y vamos a aclarar que en este artículo cuando hablamos de equilibrio nos estamos refiriendo al  “…estado de un cuerpo cuando encontradas fuerzas que obran en él se compensan destruyéndose mutuamente”.

El cuerpo que nos interesa es el cuerpo humano, y la pregunta es qué fuerzas son esas que operan en él para mantenerlo en equilibrio. Por un lado está la fuerza de la gravedad, una fuerza constante que tiende a empujarlo hacia abajo, hacia el suelo, a hacerlo caer, y por el otro estaría la fuerza muscular, la resistencia que ese cuerpo ofrece no dejándose caer, empujando hacia arriba.

Así que podríamos decir, simplificando enormemente, que nuestro cuerpo se mantiene en equilibrio gracias a la acción de dos fuerzas, la fuerza de la gravedad y la fuerza muscular, que se oponen, se compensan y se destruyen mutuamente, dando como resultado una situación relativamente estable.

Lo dicho es cierto, pero la realidad, me temo, es mucho más compleja.

Si queremos entender cómo se genera esa fuerza muscular y cómo se adecúa a una situación determinada no nos queda más remedio que considerar la implicación del sistema nervioso, que es quien da órdenes a los músculos, y la del sistema sensorial, el de la percepción, que es quien informa al organismo de cuál es la situación en que nos encontramos para que las órdenes que dé sean apropiadas.

No es lo mismo estar de pie sobre un suelo firme que sobre la plataforma de un autobús en movimiento, no es lo mismo mantener el equilibrio de quien está sentado en una butaca que de quien camina, corre o baila. El equilibrio es una cosa dinámica, permanentemente se están produciendo cambios en nuestro entorno y en nosotros mismos, y el organismo necesita reaccionar, realizar ajustes, que le permitan mantener ese equilibrio que permanentemente se pierde y permanentemente se recupera. Para que todo esto funcione es indispensable la labor del sistema sensorial, que el organismo perciba lo que ocurre en el entorno, y muy  importante, que perciba lo que ocurre en él mismo, propiocepción.

Tenemos receptores sensoriales distribuidos por todo el cuerpo, en músculos, tendones, articulaciones, que informan de la tensión, presión que se da en las estructuras, cambios en la longitud del músculo; también en determinados engranajes localizados en el oído interno que nos ayudan a percibir la posición relativa de la cabeza en relación al resto del cuerpo, registrar si se mueve y en qué dirección lo hace y a qué velocidad. Toda esta información va al sistema nervioso central que la procesa y a partir de ahí elabora las órdenes motoras pertinentes para seguir manteniendo el equilibrio.

El equilibrio, pues, no es tarea de tan solo el sistema muscular, sino el resultado del trabajo coordinado, de la colaboración, de los tres sistemas: el muscular, el nervioso y el sensorial. A la fuerza de la gravedad oponemos la fuerza que genera el trabajo de, digamos por simplificar, los “mecanismos del equilibrio”.

Complejo, sí, pero en realidad no habría de qué preocuparse dado que, en buena medida, los mecanismos funcionan solos, tienen un comportamiento reflejo, o sea automático, sin que intervenga nuestra voluntad o nuestra conciencia. Con frecuencia la respuesta que se necesita, la reacción, el ajuste, es tan rápido que no habría tiempo de razonar y tomar decisiones, la respuesta es refleja, automática, como ocurre mayormente con el comportamiento de los animales.

Y bien… ¿dónde está el problema si es que lo hay?, ¿por qué necesitamos potenciar y mejorar el funcionamiento de los mecanismos del equilibrio?, ¿qué es lo que puede ir mal?

Frente al comportamiento de los animales, que es básicamente instintivo, reflejo, o sea construido a partir de una serie de respuestas innatas al estímulo, respuestas que siguen un programa, un patrón, del que difícilmente pueden escapar, el comportamiento del ser humano es bastante más sofisticado. También hay reflejos inconscientes, pero mezclados con otro tipo de comportamiento, las acciones voluntarias, deliberadas, conscientes, y esas otras acciones que en su día fueron voluntarias, deliberadas, conscientes, pero que a fuerza de repetición se han acabado incorporando a nuestro comportamiento, acciones aprendidas, que acabamos realizando de manera casi automática y casi inconsciente, los hábitos.

La conducta de un ser humano es una enrevesada maraña de reflejos, hábitos y actos voluntarios meticulosamente enredados donde es prácticamente imposible decir quién es quién dado que todos usan los mismos músculos y sirven a los mismos propósitos.

Nuestro comportamiento es más variado, más rico, más libre porque tenemos la posibilidad de, en cierta medida, apartarnos del patrón. El problema es que si bien los reflejos no se equivocan nunca y sirven satisfactoriamente al propósito, esos actos deliberados  nuestros, que efectivamente enriquecen nuestro comportamiento, y que a fuerza de repetición pueden acabar convertidos en hábitos, sí dan lugar a la posibilidad de cometer errores. Pueden acabar traduciéndose en buenos hábitos, eso es educar; pero también pueden acabar cristalizando como malos hábitos, comportamientos que entorpecen la realización del propósito, ahí está el error.

Voy caminando por el bosque y mis reflejos posturales se ocupan de sostenerme erguido en la mejor alineación posible para ejecutar esa acción, pero aparece una rama baja y entonces decido arquear la espalda para pasar por debajo, los reflejos posturales son momentáneamente anulados y se impone la acción voluntaria, me doblo, paso… e inmediatamente después los reflejos posturales, de enderezamiento, restauran la posición normal. Este tipo de comportamiento forma parte de nuestra cotidianidad. Nuestros movimientos son, o deberían ser, un  juego continuo, una danza armoniosa entre lo voluntario, lo habitual y lo reflejo, un continuo estira y afloja donde se da y se toma, se impone y se cede, según las circunstancias.

Pero no siempre es así. Por la razón que sea me acostumbro a caminar con la cabeza un poco adelantada en relación al resto del cuerpo, la zona del pecho caída, la espalda indebidamente arqueada. Y esa libertad de la que gozo como ser humano me permite hacer todo eso. El problema es que si el comportamiento se repite el suficiente número de veces, llega un momento en que ya ni siquiera soy consciente de que lo estoy haciendo, no lo percibo, y los reflejos de enderezamiento acaban siendo suprimidos de forma permanente. Ya no soy libre. He quedado atrapado en ese patrón de movimiento. He adquirido un mal hábito, un comportamiento mecánico, automático como los reflejos, aunque no es un reflejo, que se disparará cada vez que me disponga a caminar; y que no facilita sino que dificulta, hace más trabajosa, la tarea de mantener el equilibrio, un comportamiento que entorpece la realización del propósito.

Esos malos hábitos adquiridos que distorsionan el natural funcionamiento de nuestro organismo, que interfieren con los mecanismos del equilibrio, que estorban, son el objeto de interés de la Técnica Alexander, el material con el que trabajamos.

Nuestro objetivo es detectarlos, hacerlos aflorar, desenmascararlos en medio de la maraña de reflejos, hábitos y actos voluntarios de que hablábamos, para poderlos eliminar y así “potenciar y mejorar el funcionamiento de los mecanismos del equilibrio”.

Para eso, creo, es para lo que sirve la  Técnica Alexander. Por eso insistimos en la importancia del “no hacer” de “parar”. Porque el trabajo de mantener el equilibrio ya lo hacen los mecanismos solos, no es necesario que nosotros hagamos nada, lo único que necesitamos es no estorbar, no interferir, dejar de hacer lo que sobra.

 

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Entre los hábitos perniciosos que los seres humanos hemos adquirido, el más generalizado de todos es el exceso de tensión en los paquetes musculares de la parte posterior del cuello que nos  lleva a tirar de la cabeza hacia abajo y hacia atrás.

Son numerosas las razones por las que este mal hábito obstaculiza la tarea de mantener el equilibrio, por no extendernos demasiado nos vamos a centrar en una, en cómo dificulta la labor del sistema sensorial propioceptivo. En concreto vamos a ver cómo afecta al trabajo que realizan los músculos sub-occcipitales y las estructuras del aparato vestibular del oído interno.

 

Los sub-occipitales forman parte de los grupos musculares que se ocupan del delicado equilibrio de la cabeza sobre la columna así como de los movimientos de la misma en relación al cuello. Son musculitos diminutos localizados muy adentro que conectan el occipucio con las primeras vértebras. Más hacia afuera, más visibles, se encuentran otros músculos mucho más grandes y poderosos como el esternocleidomastoideo, trapecio y esplenios. Cabe pensar que el verdadero trabajo de hacer movimientos de flexión, extensión o rotación de la cabeza se deja en manos de los grandes, de los poderosos, y que la misión de estos pequeñitos es más bien de sintonización, de ajuste del trabajo de los otros, de afinar esos movimientos.

Curiosamente, ocurre, que la mayor concentración de receptores sensoriales de todo el organismo se da precisamente en estos musculitos, mayor incluso de la que podamos tener en las manos. Así que registran, con precisión exquisita, los cambios de longitud que puedan darse en ellos, o sea los pequeños micromovimientos, ajustes, que realiza la cabeza sobre la columna y tanto ayudan a mantener el equilibrio. Su misión es pues fundamentalmente propioceptiva. Informan al sistema nervioso central acerca de esos micromovimientos, es decir de los cambios que puedan darse en la relación cabeza-cuello y por ende en la relación cabeza-cuello-tronco. Con esa información valiosa, el sistema nervioso, puede elaborar las órdenes motoras oportunas, precisas, que le sirven para controlar nuestro equilibrio y nuestros movimientos.

Cuando por la razón que sea resulta que hay un exceso de tensión en los grandes, en los poderosos, el trabajo de los delicados queda anulado. El sistema nervioso se ve privado de esa información valiosa que le permitía elaborar órdenes precisas, ajustadas; y entonces… para seguir manteniendo el equilibrio hace lo que puede, probablemente más de lo necesario.

 

En el oído interno se localizan un conjunto de estructuras que llamamos aparato vestibular y que juegan un papel crucial en el control del equilibrio y de nuestros movimientos. Son conductos circulares con zonas pilosas por las que circula un líquido gelatinoso que mueve esos pelos. Hablamos del vestíbulo y los canales semicirculares.

El vestíbulo contiene dos sacos, utrículo y sáculo, cuyas zonas pilosas están dispuestas en ángulo recto la una en relación a la otra. Cuando la cabeza está colocada en una posición normal, la mirada horizontal, las células pilosas del utrículo se colocan en posición horizontal y las del sáculo en vertical. El sistema nos ayuda a conocer la orientación de la cabeza y está relacionado con el equilibrio estático.

A continuación del vestíbulo se encuentran los canales semicirculares. Tres conductos semicirculares dispuestos cada uno en ángulo recto en relación a los otros dos y colocados en los diferentes planos espaciales: horizontal, vertical y frontal. Cuando movemos la cabeza, el líquido gelatinoso mueve las células pilosas generando los impulsos nerviosos que  nos permiten tomar conciencia de ese movimiento, saber en qué dirección se produce y a qué velocidad. El sistema, pues, está relacionado con el equilibrio dinámico.

Una maravilla, diría yo, una prodigiosa obra de ingeniería. Que funcionará con extraordinaria eficacia si no la estorbamos.

Decíamos que la gravedad nos empuja hacia abajo y nosotros empujamos hacia arriba, generamos la energía, la fuerza que nos hace ir hacia arriba para contrarrestar a la gravedad.

Obviamente es muy importante que el sistema sepa dónde es arriba y para eso está  la posición de referencia, esa en la que las células pilosas del utrículo están en posición horizontal y el canal semicircular del plano transversal coincide efectivamente con la horizontal.

Así es para una gran mayoría de especies animales según indican estudiosos del tema como el Dr. T.D.M. Roberts de la Universidad de Glasgow.

Cuando examinamos al ser humano nos encontramos con que la inmensa mayoría sostiene la cabeza de manera que el canal semicircular no coincide con la horizontal sino que forma ángulo con ella, mayor o menor, dependiendo de cuál es el grado de tensión excesiva que presenta en el cuello.

Si la posición de referencia, el punto de partida, ya está distorsionado, la lectura que nuestro sistema hace de la situación es una lectura viciada, y a partir de ahí, el funcionamiento de todo el tinglado no puede ser menos que impreciso, ineficaz, lo que supone verse obligado a realizar mayores esfuerzos para conseguir lo mismo: mantener el equilibrio.

 

Así que ya ven cuánta razón tiene Alexander cuando nos propone que nos aseguremos de dejar al cuello libre, suelto, de permitir que la cabeza bascule ligeramente hacia adelante y se oriente hacia arriba. El organismo en su conjunto funcionará mejor, y los mecanismos del equilibrio, desde luego, se verán potenciados y mejorados.