Alguien se ve expuesto, de manera imprevista, al estruendo de una explosión, y la reacción inmediata es apretar los ojos, el cuello, encogerse y contener momentáneamente la respiración. Se ha activado el reflejo del miedo también conocido como el reflejo de la luz roja.
Esta respuesta, con mayor o menor intensidad, se presenta ante la percepción de cualquier amenaza. El organismo, ante el peligro, se protege y se prepara para realizar una intensa actividad, genera una enorme tensión que luego será liberada peleando o huyendo.
El investigador Frank Pierce Jones de la “Tufts University” en Massachusetts realizó a mediados de los años cincuenta un exhaustivo estudio de este reflejo. La reacción se acompaña de cambios en las secreciones hormonales, ritmo respiratorio y funcionamiento cardiovascular, pero Pierce Jones se centró, sobre todo, en las manifestaciones posturales de la misma.
Experimentando con individuos conectados a electromiógrafos y a los que fotografiaba con técnicas multi-imagen consiguió describir los aspectos corporales del reflejo con bastante precisión:
-Comienza con un pestañeo
-Trapecio y esternocleidomastoideo se contraen desplazando la cabeza hacia delante y hacia abajo al tiempo que la hacen rodar hacia atrás
-Nos encogemos. Los abdominales se acortan. La curvatura del pecho se aplana
-Se levantan los hombros y se aprietan los brazos
-Se flexionan las rodillas que apuntan hacia adentro
Todo esto ocurre en aproximadamente medio segundo, y por la rapidez, parecería que sucede todo a la vez; pero no es así, hay una secuencia, los cambios se originan en el cuello, de ahí pasan al tronco y se completan en las extremidades.
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Es evidente el parentesco que existe entre las manifestaciones posturales del reflejo y algunos malos hábitos que en las clases de Técnica Alexander tratamos de corregir. Frank Pierce Jones, que se había formado como Profesor de la Técnica, señaló como es natural esa evidencia.
Parecería que el origen de algunas malas costumbres como la de apretar el cuello hubiera que buscarlo ahí, en la activación de ese reflejo, y que en las clases de Técnica Alexander nos estemos entrenando para tener un cierto dominio sobre las manifestaciones del reflejo, sobre los miedos. Algo de eso hay, pero si queremos ser precisos tendríamos que puntualizar que lo que hacemos en las clases no es tratar de controlar el reflejo sino cambiar el mal hábito de convocarlo excesivamente, a destiempo, y en circunstancias en las que no se justifica, no es aconsejable ni tiene utilidad.
Un reflejo es por definición una respuesta muscular innata a un estímulo, algo bastante difícil de controlar y que se presenta de forma similar en todas las personas, sin que se den diferencias culturales. Ante la inminencia de una agresión, el cuerpo se encoge, se protege y se tensa preparándose para luchar o huir, y todo eso tiene que suceder a una velocidad en la que no hay lugar para la reflexión o el raciocinio, es inconsciente, automático. Y está bien que así sea. Es un mecanismo instintivo de supervivencia que en ese preciso momento es justo lo que necesitamos. No tenemos nada en contra de la existencia del reflejo.
Otra cosa muy distinta es que en el mundo civilizado en que nos desenvolvemos se presenten situaciones que, sí suponen un reto, pero reclaman otro tipo de respuesta, una actuación en la que el control consciente juegue un papel más importante, y sin embargo, hay personas que reaccionan de forma equivocada, activando el patrón del miedo, generando una tensión que en esas circunstancias no va a encontrar la ocasión de ser liberada. Estamos ante un mal hábito característico de esa persona en particular. Algo que sí, merecería la pena corregir.
Un individuo acude a una entrevista de trabajo en la que sería muy conveniente mantener la serenidad para salir airoso y sin embargo reacciona poniéndose nervioso, tenso, bloquea la respiración, se asusta. Es evidente lo inadecuado de la respuesta que no solamente no ayuda sino que resulta contraproducente. Por supuesto que no estamos negando la necesidad de una cierta tensión, un cierto nivel de adrenalina que ayude a permanecer alerta y cumplir exitosamente con la tarea. El problema se presenta cuando la intensidad de la respuesta es tal que acaba estropeándolo todo ¿Para qué apretar ahí el cuello si la cuestión no es, ni mucho menos, que te vayan a golpear? ¿Para qué tensionar brazos y piernas si no vas a luchar ni salir huyendo? ¿Para qué encogerse y bloquear la respiración cuando precisamente ahora necesitas un cerebro despierto y bien oxigenado?
El individuo, por la razón que sea, se ha habituado a responder así a las exigencias y a los retos, y en cuanto aparece el estímulo se desencadena, inconsciente y descontroladamente, la respuesta. Hay inconsciencia y automatismo, pero no estamos ante un reflejo, estamos ante un comportamiento aprendido, ante un hábito. Un hábito que toma prestado del reflejo el modo de operar, que actúa tan de prisa que podría confundirnos y hacernos creer que se trata de un reflejo, pero no lo es. Ese individuo responde de esa manera pero sería posible hacerlo de otra. Ahí está la clave.
¿Y cómo aprendió a responder de esa manera?
A fuerza de repetición el organismo aprende. En el mundo desarrollado en que vivimos, lleno de inquietud y de incertidumbres, sobran estímulos capaces de activar el patrón del miedo en circunstancias en las que la tensión que se genera no encuentra la vía de escape que la libere, convirtiendo en algo “habitual” esos estados de ansiedad desde los que cualquier nuevo estímulo, por pequeño que sea, es suficiente para echar a rodar de nuevo el proceso, entrando en un círculo vicioso del que resulta difícil salir.
Ya de niños, y coincidiendo con el proceso de socialización, particularmente cuando se empieza a ir a la escuela, generalmente, se pasa miedo. A un ser frágil se le deja en un entorno poco familiar y en el que se le obliga a hacer cosas que, a lo mejor, no quiere hacer. El niño se asusta, se tensa, es una reacción natural que, como venimos diciendo, se superaría idealmente huyendo; pero con frecuencia lo que sucede es que la tensión se queda atrapada en el organismo que va “aprendiendo” a reaccionar así a las presiones y contrariedades de la vida.
Temores no nos van a faltar, por nuestra vida y nuestra integridad física, por la de nuestra familia, por nuestra seguridad económica, nuestras necesidades afectivas ó nuestro sitio dentro de la comunidad. Siempre hay un motivo que justifique la activación del patrón.
El tema es que el reflejo, se supone, tiene un carácter temporal. Primero se activa y luego la tensión se libera, ó la percepción del peligro desaparece y todo vuelve a la normalidad.
En esta sociedad avanzada en que nos movemos, llena de riesgos y motivos de alarma, hay una especie de “sobre-estimulación” del reflejo, de manera que antes de que hayan desaparecido del todo los efectos de una activación ya está en marcha la siguiente, creando en algunos individuos un casi permanente estado de ansiedad desde el que, como decíamos antes, cualquier estímulo, por pequeño que sea, basta para poner en marcha la rueda.
La persona se “acostumbra” a estar así, rígida y agobiada, y desde ahí encara la realización de cualquier tarea. Nimiedades como contestar al teléfono, usar el ordenador o acudir a un evento social son suficientes para que se sorprenda a sí misma apretando el cuello, contrayendo el tronco y aguantando la respiración. Si tuviera que acudir a una entrevista de trabajo seguramente reaccionaría de la manera que hemos descrito antes.
La Técnica Alexander, como bien sabemos, nos ayuda a tomar conciencia de cuáles son nuestros hábitos y nos da herramientas para modificar aquellos que consideremos perniciosos. Cada uno tiene sus particularidades, pero les puedo asegurar que el hábito de convocar al patrón del miedo cuando no toca y quedar atrapado en esa dinámica reina sobre todos los demás. A la larga, casi cualquier disfunción o falta de habilidad, si rascamos lo suficiente, acaba tropezando con las secuelas que el miedo va dejando en nosotros.
No es de extrañar, pues, que centremos tanto la atención en potenciar un funcionamiento corporal que, de alguna manera, sería la antítesis de las manifestaciones posturales del patrón:
- Soltar el cuello
- Expandir el tronco
- Flexibilizar las extremidades
- Liberar la respiración
Pepe Castillo. Agosto 2017