La relación dinámica que en nuestro día a día se establece entre la cabeza, el cuello y el tronco juega un papel importantísimo en el buen funcionamiento de nuestro organismo. Esta relación, que en buena medida viene determinada por el estado de los paquetes musculares del cuello, sobre todo de la parte posterior del cuello, debe ser una relación libre, dinámica, pero al mismo tiempo esos paquetes musculares deben contar con el suficiente tono como para dotar a toda la estructura de la necesaria estabilidad. O sea, tienen que poseer la suficiente firmeza como para sostener, pero al mismo tiempo, gozar de la suficiente elasticidad como para permitir la libertad de movimiento.
Lo que estoy describiendo es la situación ideal, lo que debería ser, lo que ocurre cuando todo va bien y entonces el sistema nervioso central puede recibir información fiable de los sensores de esos músculos del cuello que le cuentan cuál es la situación, dónde están las partes en relación unas a otras, qué movimientos se están produciendo. El sistema procesa toda esa información y a partir de ahí elabora órdenes que afectan al comportamiento de todo el resto del cuerpo, que nos ayudan a controlar y coordinar nuestra postura y nuestros movimientos.
Así pues, que en el cuello tengamos un tono muscular apropiado se convierte en un asunto crucial para el tema de la postura, equilibrio y coordinación.
Dicho esto, volvemos al tema de los hábitos, y nos vemos obligados a reconocer que entre los malos hábitos que caracterizan al comportamiento del ser humano, uno de los más comunes es precisamente el apretar excesivamente el cuello, aumentar indebidamente el tono de esos paquetes musculares estropeando así el funcionamiento de todo el tinglado. Cuando el cuello está rígido ya no puede cumplir satisfactoriamente con la labor informativa de que hablábamos antes y el sistema central, pues, se encuentra en peores condiciones de coordinar nuestro funcionamiento general.
Es un comportamiento muy común que forma parte de nuestro día a día, cualquier situación, cualquier estímulo es bueno para que reaccionemos apretando excesivamente el cuello, y pagando las consecuencias de todo ello.
Tomemos como ejemplo una acción tan sencilla y cotidiana como la de sentarse o levantarse. Observa a alguien realizando esta acción y comprobarás como, invariablemente, la acompaña de una retracción de la cabeza, que rota yendo hacia atrás y hacia abajo, por haber encogido, apretado el cuello, convirtiendo al movimiento en algo mucho más trabajoso y difícil de realizar, aunque la persona en cuestión, por costumbre, no lo perciba así.
El estímulo, el desencadenante, puede ser de naturaleza física, mecánica, el deseo de realizar un determinado movimiento; pero también puede ser de naturaleza mental o emocional, enfrentarse a una situación difícil, estresante, también provoca la misma respuesta.
Cuando apretamos el cuello, no solamente hacemos rotar la cabeza hacia atrás haciéndole perder su orientación habitual, sino que, además “tiramos” de ella hacia abajo aumentando en exceso la presión que ejerce sobre la columna distorsionándola. Que este comportamiento se repita a diario y con frecuencia es algo que puede acabar teniendo consecuencias desastrosas para nuestra salud. ¡Y lo hacemos sin darnos cuenta!
La Técnica Alexander, que nos ayuda a tomar conciencia de nuestros malos hábitos en general y nos da herramientas para aprender a cambiar, presta una muy particular atención al hábito de apretar el cuello. Es por ahí por donde empezamos el trabajo.
Como decimos, lo que pasa en el cuello afecta a la relación cabeza-cuello-tronco y por ende al funcionamiento de todo el organismo en su conjunto. Cualquier otro hábito que afecte al comportamiento de cualquier otro miembro del cuerpo, es muy posible que tenga su origen primario en lo que estamos haciendo con el cuello. Y cuando conseguimos que el cuello opere bien, y la relación cabeza-cuello-tronco sea satisfactoria, estamos en muy mejores condiciones de abordar cualquier otro problema que se presente en cualquier otra parte.